Nacho Barbero le ganó a Adrián Mateos y se llevó un millón de dólares en las Triton
El crack argentino derrotó al monstruo español en el heads-up para levantar su tercer título de las Triton Poker Series junto con el premio bomba de US$1.050.000.
En mis años como corresponsal de torneos y jugador me ha tocado oír todo tipo de cataclismos y situaciones en las mesas y, a esta altura, lo único que tal vez me sorprenda encontrar en el paño es poker de anchos de bastos contra maná de tierra. Esto no es presumir ni nada parecido: todo jugador regular puede atestiguar haber sido rehén de historias de badbeats.
La primera viñeta del poker como herramienta para el autoengaño viene en este formato: nunca un jugador se acerca a contarnos el bad beat en el que él salió ganador. En el que él se equivocó y cuando la fortuna le dio la mano. Tal vez sí, algunas veces. Pero porcentualmente, el 99% son historias que van en la otra dirección.
Sabemos que el poker es una industria caníbal: menos que EV 0 (ya que se paga un porcentaje a la organización para mantener a los dealers, los jefes de piso, los mazos), el ecosistema no crea nuevos valores, sino que reparte porcentajes fijos. No va a aparecer más plata de la que suministran los jugadores. No hay valor agregado. Así, la industria recompensa a un par de carnívoros y el resto pasamos a ser herbívoros. La realidad financiera y matemática cuenta que casi siempre los que terminan comiendo son los mismos, y esto es bastante así.
¿La famosa cara de poker?
Pero si nos guiamos por lo que se dice en la selva, hay muchos leones y pocas cebras. Esto es un juego americano, Wall Street, capitalismo puro, de especulación voraz y competencia sanguínea, en el que un porcentaje menor se asienta en la cima de la pirámide alimentándose de la plebe sufrida y en rojo que financia los asuntos. La mentalidad que requiere el poker se disocia en dos posibilidades: o soy ganador y esto me va a dar dinero a su tiempo, o me divierto y pierdo algo de dinero.
El engaño que el jugador se genera a sí mismo al jugar para no enfrentar que tal vez pertenece a esa base de la pirámide, se nutre de varias herramientas: historias de badbeats sufridos para construir un relato, memoria selectiva, gráficos cortados en la parte verde, frases de autosuperación, saltos de banca, finanzas esquivas, vueltas por el casino.
Por supuesto que esto no está limitado al poker: si no pregunten, por ejemplo, en su fútbol 5 local a cada uno cómo se evaluarían a la hora de jugar del 1 al 10.
El ego, como estrategia de defensa, revela las fragilidades del jugador. Muchos, incluso, no consideran que estamos más en desventaja porque al jugar al poker (si no es por pasatiempo) gastamos tiempo, y el tiempo es dinero.
Hoy en día los grandes ganadores son jóvenes alemanes que inyectan en su PC un conglomerado de HUD’s, programas y gráficos jugando 14 horas por día. Es pura matemática, disciplina y gasto de tiempo. No hay magia. No hay relato. Tal vez la única excepción sea el gran Phil Hellmuth, que refleja culpas, evita repasar sus errores e insulta a rivales por confusiones propias. Y aun así es sino el mejor, de los mejores de la historia. «El Poker Brat».
¿A qué puede venir esto? El modelo auto-reflexivo del poker, el inspeccionarse a uno mismo como perdedor, es la herramienta más poderosa para mejorar. No solo para observar los errores, pulir detalles y enfocar. Si no para ver si a la larga se puede confrontar esa realidad: algunos serán (seremos) eternamente las cebras, y tal vez nunca lo noten. Si yo fuese jugador regular y me enfrentase a esa realidad, invariablemente cambiaría de pasturas. No me andaría con complejos. Mientras más importancia se le dé al poker como más que un juego (o un trabajo para algunos), más difícil será darse cuenta.
En los sitios de poker, alrededor del 10% está por encima del rojo y tan solo un 5% retira dinero de manera sustancial. De ese 5%, tal vez el 1% pueda financiar su estilo de vida. Entonces, de 10 que lean esto, la estadística cuenta que 9 están en rojo en las mesas. Uno va a ser el tigre (cuán flaco esté o cuánta carne se lleve de las mesas… ése es otro tema). Lo más probable, sin embargo, es que ninguno de los nueve se sienta aludido y al verse al espejo vea solo colmillos.