Inicio > Los Elegidos son pocos

Un cuarto en penumbras. Un monitor clavado en las mesas virtuales de poker. Un muchacho que se agarra la cabeza mientras parece lanzar insultos al aire. Y todo en el prime time de la televisión. El combo completo, agrandado por apenas centavos más: la teatralización, el drama y la visión “de la gente”; el perdedor, el jugador desconcertado en su laberinto. La mesa parece estar servida: sólo falta un pastor brasileño y las respuestas a todos los males. Pero no. Stop. Paremos la mano.

La imagen, así presentada, se vio en Elegidos, un programa que pretende descubrir talentos musicales emitido por Telefe, uno de los canales más conocidos de la televisión argentina, y sirvió para introducir a uno de los participantes, que además de cantor amateur también es ingeniero informático  y “ex jugador de poker profesional”, como lo presentaron seguido del sketch.

Ex jugador, sí (¿se puede ser ex jugador de poker?), porque “lo perdió todo” en ese entonces; se le fue de las manos la dedicación y una partida por día mutó rápidamente en más de diez o doce horas de sesión con el mouse en la mano, apostando y pagando, perdiendo y ganando, de la mañana hasta la noche.

Pablo Pasquali, el hombre en cuestión, 29 años, hoy una vida feliz, la pasó mal. “Me mató la codicia”, admite. “No lo supe manejar, era muy chico”. El fue jugador profesional durante dos años, de los 24 a los 26, y tanta dedicación, al margen de que no cosechó malos resultados, esa ambición que remarca, lo llevó a perder a la que preveía como la mujer de su vida. También un amigo aparece en esa primera imagen, el respetado coach Thomas Tesone, quien hoy se alegra del presente lejos de los paños de Pablo.

Pero entonces, así las cosas, nos brota una pregunta de respuesta fácil: ¿es profesional cualquiera que se gane unos dólares jugando al poker? No. La profesionalidad pasa, justamente, por otro lado, por cómo manejar ese talento para las cartas. Porque todo lleva dedicación, el asunto es saber manejarla: la dedicación, sí, pero sobre todo en este ambiente, la codicia. Y ahí radica el profesionalismo. Ser jugador de poker es un trabajo –y una diversión, también-, pero con equilibrio. ¿O no podría cualquier hombre perder a sus seres queridos por enviciarse con otro trabajo, digamos, convencional?

Ya lo reflexionó hace pocos días el crack argentino Juan Martín Pastor cuando hizo catarsis en su cuenta de Facebook: “Se creen que los jugadores de poker vivimos en un mundo de rosas. No es fácil, no es para nada fácil. El stress que se maneja, todo, muchas veces es muy difícil de sobrellevar”. Y también Franco Spitale, al comentar las dificultades y lo que le conllevó jugar el WCOOP a pesar de los buenos resultados que obtuvo.

Por eso, dentro de los millones de usuarios que diariamente se registran y tiran fichas en Internet, son pocos -apenas un puñado- los que llegan a ser profesionales de verdad. Esos que le dedican ocho horas, que se concentran y que, claro, saben cuándo parar para llevar a sus hijos al colegio o al parque; para disfrutar también de la familia, de los amigos.

Para vivir, en definitiva, del poker. Y no que el poker pase a ser la única razón por la que vivir. Porque aunque este trabajo arranque como un ocio, como un puro divertimento, requiere de muchas más capacidades. Y está en cada uno saber administrarlas. Esos son (o serán) los verdaderos Elegidos.

Y todavía, parece, necesitamos remarcar y no demonizar este deporte, este trabajo, esta herramienta de vida. Y esta diversión, claro, porque de eso se trata la vida y el poker: de hacer lo que cada uno disfruta, pero con la balanza bien equilibrada.

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