William Benter  es en el mundo de las apuestas lo que Doyle Brunson  es en el territorio del poker: una leyenda. El estadounidense es uno de los gamblers más importantes y brillantes de la historia. Un adelantado a su época que hoy en día comparte su pasión por el juego con la filantropía.

El protagonista de esta historia nació en Pensilvania en 1957 y desde joven se dio cuenta de que tenía importantes habilidades matemáticas. Una vez que tuvo suficiente edad para entrar al casino quiso poner a prueba su talento con los números y comenzó a jugar blackjack, contando cartas.

Doyle Brunson es una leyenda viva del mundo del poker.

En ese período leyó Beat the Dealer, la obra maestra de Edward Thorp, que lo ayudó a perfeccionar sus habilidades a tal punto que los casinos terminaron por prohibirle el acceso.

Tras su frustración de verse capado por sus habilidades, decidió emprender rumbo hacia las apuestas de caballos y lo hizo aplicando sus conocimientos matemáticos en la creación de un software que podía discrepar entre 16 variables diferentes que influían en los resultados de las carreras. Con este invento se hizo millonario.

En 1985 se estableció en Hong Kong y en cinco años pudo ganar entre 5 y 10 millones de dólares por cada día de competencia. Logró un 24% de beneficios en el total de sus apuestas. Cifras absurdas, como sabrá cualquier apostador.

En 1997, cuando alcanzaba ganancias de decenas de millones de dólares al año, el Jockey Club de Hong Kong, donde solía hacer sus apuestas, decidió prohibir a Benter, poco después de que lograra adivinar el orden de llegada de los 3 primeros caballos en varias carreras en el mismo día de competición. Una apuesta que tiene una variable de 10 millones de combinaciones posibles.

Sin embargo, a esas alturas William ya era un hombre rico. Gracias a algunas inversiones exitosas, más sus apuestas, su riqueza supera los mil millones de dólares, de los cuales a menudo saca una parte y lo entrega a entidades de beneficencia.

Y por si se quedaron con la duda de cuánto ganó en esa apuesta de los tres primeros caballos, obtuvo una recompensa de 10 millones de dólares que donó íntegramente a la caridad.